No todo se desvanece.

La belleza real no grita. Parpadea, y luego se esfuma.

Y, sin embargo, permanece.

Permanece porque alguien la vio. Porque alguien se detuvo. Porque alguien tuvo el buen gusto — y el buen criterio — para reconocer algo digno de ser admirado.

La belleza que publicamos, siempre femenina, nunca fue hecha para durar. Dura porque la sostenemos. Se vuelve atemporal porque nos negamos a dejarla ir.

Esa es nuestra contradicción. Y nuestra convicción.